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La irresistible narrativa de perder dinero

John Hussman es un respetado analista económico y gestor de fondos que lleva diez años perdiendo dinero prácticamente todos los años.

Su historia sorprende por dos motivos. El primero es su extraordinaria habilidad para perder dinero (un castizo diría aquello de «¡ni hecho aposta oiga!«). El segundo es que, con semejante trackrecord, hace años que tendría que haber cerrado su fondo (HSGFX), en una industria que quizá puede perdonarte 2 o 3 años de pérdidas, pero no una década entera:

A pesar de todo, a día de hoy su fondo sigue gestionando en torno a los $400 millones (!).

Lo primero que uno piensa es que quizá la famosa advertencia de Keynes «el mercado puede permanecer irracional más tiempo del que tú puedes permanecer solvente«, por algún desconocido pacto que Hussman ha hecho con el diablo, no se le aplica.

¿Cómo es posible un caso así? ¿No se supone que los inversores premian a aquellos gestores que obtienen buenas rentabilidades y castigan —retirándoles el dinero de sus fondos— a aquellos con malos resultados? (Aunque se trate de una estrategia falaz con desastrosos resultados).

¿Cuál es entonces su secreto para mantener el (menguante) dinero de sus clientes dentro de su fondo año tras año?

 

Una anécdota personal

Corrían los años oscuros tras el crash del 2008 y andaba yo buscando capital semilla (o seeding, en la jerga de la industria) para lanzar un fondo de gestión cuantitativa. A pesar de los buenos resultados que estábamos obteniendo, parecía que nadie quería invertir en un black-box. Pero, ¿por qué?

Entonces no entendía nada, suponía que los inversores buscaban simplemente un buen ratio de rentabilidad/riesgo y descorrelación con los mercados. Hasta que presenté el proyecto a uno de los mejores gestores value del país, al que para mantener su privacidad llamaré James, quien fue muy amable conmigo al explicarme qué ocurría.

James me abrió los ojos. Me dijo que un inversor siempre prefiere invertir su dinero en algo que entienda, aunque pierda dinero, que en algo que no entiende. (Aquella conversación desembocó en un giro en mi carrera como gestor, pero eso es otra historia que debe ser contada en otra ocasión).

El inversor típico, aunque gane dinero con algo que no sabe cómo funciona, siempre se sentirá incómodo, temeroso de que la fuente de la rentabilidad deje un día de brotar. Y en cuanto pierda algo de dinero, retirará su dinero del fondo. James me puso como ejemplo comprar acciones del Santander. Gane o pierda dinero, él como gestor siempre le podrá explicar al cliente la historia de por qué tomo racionalmente dicha decisión. Si la historia tiene sentido para el cliente, por lo general justificará haber perdido dinero y el cliente mantendrá su inversión en el fondo. A fin de cuentas, si la historia era convincente, probable, tenía sentido y era lógica; ¿quién podría esperar o imaginarse que el mundo terminaría comportándose «al revés»? Y si la historia es suficientemente buena y está muy bien contada, la mayoría de inversores perdonan las malas decisiones del gestor.

John Hussman es uno de los analistas económicos más seguidos en la industria. Somos miles los que esperamos con impaciencia leer sus comentarios y análisis. A pesar de su manifiesta torpeza para gestionar dinero, es una auténtica delicia leerle: Sus informes rezuman calidad y profundidad, aunando erudición y sentido común a partes iguales.

¿Tendrá algo que ver lo que cuenta y cómo lo cuenta, con su secreto para seguir gestionando $400 millones de sus clientes?

Storytelling

James y Hussman nos enseñan algo muy importante, no sólo para los que nos dedicamos a la industria de la gestión, sino para cualquier negocio basado en resultados: Nos guste o no, seamos buenos o un desastre contando historias, tenemos que aprender a comunicar y contar mejor «nuestra historia».

Y es que el ser humano es casi más sensible a la historia que contamos —si tiene sentido para el que la escucha—, que a la realidad en sí misma. De ahí el éxito y persistencia de los mitos, de los cuentos para niños, de las religiones, de las teorías conspiranoicas y en general de los paradigmas culturales en los que vivimos (zeitgeist). Es más importante el sentido que damos al mundo cuando lo entendemos y percibimos a través de una narrativa convincente, que los indiferentes e impersonales datos objetivos. Por eso los grandes triunfadores en los negocios no suelen ser los que mejor desempeñan, sino los que además saben comunicar las mejores narrativas, capaces de resonar en el corazón y las mentes de quienes les escuchan, tanto para construir sus equipos como para llegar y arrastrar a los clientes (e.g. Steve Jobs con Apple).

Disonancia cognitiva

El problema es que una vez le hemos dado sentido al mundo, quitárselo nos duele. Y más si hay dinero (nuestro dinero) de por medio.

De alguna manera, el cliente interioriza la historia del gestor, de forma que pasa a compartir con él su forma de ver y entender el mundo. Así, cuando el mundo no se comporta según como esperamos y lo entendemos, se produce una disonancia cognitiva que paraliza la decisión lógica (limitar las pérdidas desinvirtiendo) y mantiene al cliente invertido en el fondo aguantando las pérdidas.

Éste es un ejemplo más de cómo nuestro «equipamiento cerebral de serie» está diseñado para todo menos para el mundo de la inversión. Es el mismo fenómeno que nos mantiene dentro de las posiciones perdedoras (con la esperanza de «recuperar», pues las pérdidas nos duelen más del doble que las ganancias) y hace que liquidemos rápidamente las posiciones ganadoras (por el placer inmediato que producen), empujando a largo plazo una acumulación de grandes pérdidas y pequeños beneficios que, sumadas, acaban arruinando a la inmensa mayoría de inversores.

Y es que, como humanos repletos de sesgos cognitivos, emociones, necesidades y carencias; muchas veces preferimos una historia que tenga sentido, a una fría y despersonalizada realidad que no comprendemos. Aunque nos resulte carísimo.

Desde el punto de vista del negocio, los gestores tenemos mucho que aprender de Hussman. Los resultados no bastan. Si no «contamos bien» nuestra historia, si no conseguimos comunicar bien la narrativa de lo que hacemos y por qué; no llegaremos a los inversores, al cliente.

Pero son los clientes los que más pueden aprender de este caso. Por mucho que duela, una vez superado un plazo razonable que permita la emergencia de la habilidad del gestor por encima del ruido y el azar (estamos hablando de más o menos años según el estilo de gestión, pero no de décadas), por mucho sentido que tenga la historia que nos cuenta nuestro gestor, quizá tengamos que hacer más caso a esa realidad que no entendemos y que nos desagrada, que seguir escuchando los cantos de sirena de lo que podría ser razonable y lógico, pero que la tozuda realidad se empeña en hacer oídos sordos.


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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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