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Riesgo y osos panda

Si el riesgo en la inversión es la posibilidad de pérdida del capital, en la biología es la posibilidad de la extinción.

¿Qué nos enseña entonces la evolución sobre cómo enfrentarnos a la incertidumbre en la inversión?

El proceso del que más he aprendido y que más me ha influido en mi manera de gestionar el riesgo y de invertir en general, es precisamente aquel que lleva miles de millones de años lidiando con el riesgo y la supervivencia —antes incluso de que nosotros nos hiciéramos la pregunta o intentáramos definirlo; el de la evolución biológica.

Éste fue el tema de mi charla en la pasada Escuela de Verano de Value School (mis disculpas por el molesto rectángulo que se nos coló en la grabación). Tras el vídeo, el post tratando el tema principal.

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Resonancias filosóficas, I

¿Por qué que el empirismo y las matemáticas funcionan tan bien para construir puentes o poner satélites en órbita, pero al invertir llevan con frecuencia a la catástrofe?

La respuesta más habitual a esta aparente paradoja es que se trata de un problema de falta de talento. Persiste el mito de que cuanto más complicado sea un modelo o estrategia de inversión, más «inteligencia» se ha invertido en él y por lo tanto más efectivo tiene que ser a la hora de conseguir rentabilidad.

Esta forma naïf de pensar (habitual entre políticos profesionales y altos directivos) se basa en la falacia de que si un problema es de difícil solución, es suficiente —como si de echar sal a un plato soso se tratara— con asignar más talento y medios para resolverlo. Como comentábamos en el post anterior, la industria de la inversión idolatra el empirismo y las matemáticas (una herramienta neutral en sí misma) hasta convertirlas en coartada y excusa para asumir riesgos irresponsables (por ausencia de skin in the game en la industria) con el dinero de los clientes.

Desgraciadamente el mundo real no funciona así. Hay un tipo de problema en el que cuanta más inteligencia y recursos se destinen, mejores serán los resultados (por ejemplo en Física, Ingeniería, Medicina y en general en las ciencias duras). Pero hay otro tipo de problemas en los que, una vez superado cierto umbral de complejidad y sofisticación propios y adecuados al medio, aportar más talento y recursos no se acompaña de mejores resultados. Desgraciadamente para nuestros ahorros, la economía y los mercados pertenecen al segundo tipo.

«Si tienes un CI de 150, véndele 30 puntos a otro. Necesitas ser inteligente pero no un genio: Invertir no es un juego donde el jugador con un CI de 160 supera al que tiene 130. La racionalidad de lo que estás haciendo es esencial».
—Warren Buffett.

El problema es pues mucho más profundo de lo que aparenta a simple vista. Se trata de una diferencia epistemológica fundamental entre un tipo de problema y otro. Es decir, de intentar dibujar dónde están los límites de lo que podemos y no podemos conocer del medio que nos interesa, y actuar en consecuencia.

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El Quant Arrepentido

[Este post surge a partir de mi aparición en el programa de radio «Tu dinero nunca duerme» que se puede escuchar aquí, en el que hablamos, entre otras cosas, del peligro de los quants]

Un bánkster (izq.) y su fiel quant, conspirando para aumentar el riesgo de sus clientes sin que lo noten. Si sale bien ellos ganan, si sale mal pierden los clientes; o sea tú.

Un quant es alguien que quería construir puentes, motores más eficientes o entender mejor el Universo; pero descubrió que las facturas se paga más fácilmente desde el cubículo de un banco. El término viene del inglés quantitative analyst, o analista cuantitativo (por aquello de que «calcula y cuantiza» cosas).

Se trata de una especie relativamente moderna en el ecosistema financiero, antaño dominada por abogados y economistas tradicionales. Y aunque siempre ha habido actuarios y gente preocupada por medir y valorar con precisión, fue a finales de los años ‘90 cuando de verdad empezaron a crecer como champiñones dentro de las entidades financieras de todo el mundo.

Para los directivos de dichas entidades —cada vez más arrogantes y cortoplacistas ejecutivos con su MBA tatuado en la frente—, la llegada de los quants fue recibida como agua de mayo. Buscaban una manera de aumentar sus bonus de fin de año, y sólo veían tres formas de conseguirlo. Despidiendo gente, vendiendo más, o asumiendo más riesgos (con el dinero de los clientes, claro) .

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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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