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No hacer nada

Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de ser incapaz de estar tranquilamente sentado y en soledad en una habitación.

—Blaise Pascal

[El ‘pensamiento‘ de Pascal se ha comprobado empíricamente: Frente a la opción de pasar 15 minutos solo en una habitación aislada sin ninguna distracción, o bien contar en esa habitación con la opción de poder autoinfligirse a voluntad una dolorosa descarga eléctrica; 2/3 de los hombres y 1/4 de las mujeres prefirieron darse más de una descarga eléctrica durante esos 15 minutos].

A todo inversor le llega, tarde o temprano, su «momento Pascal». Un día reconoce que se siente incapaz de seguir contemplando las variaciones de los precios «sin hacer nada al respecto».

Una especie de energía potencial, cuando no directamente dolor, se va acumulando dentro de uno mismo a medida que pasan los días y meses. Contemplar el camino errante de los precios en su ordenador o la pantalla del móvil, ver cómo su cuenta sube y baja como una montaña rusa y a continuación meterse las manos en los bolsillos, empieza a costar más y más esfuerzo.

Entiéndase bien, toda estrategia tiene unas condiciones que, de cumplirse, nos llevan a actuar de un modo u otro. Me refiero a esos periodos de tiempo —que pueden durar años según el tipo de estrategia—, en los que nuestro plan de inversión nos dice que no hay que hacer nada, o a esos otros periodos de turbulencia en los que parece que el mundo se acaba y sentimos que deberíamos hacer más de lo que nuestra estrategia nos dice que hay que hacer.

Y sin embargo, el mundo no cesa de gritar y moverse a nuestro alrededor. Las redes sociales y los canales de noticias no dejan de vomitar novedades, mientras los precios no cesan de cambiar a cada instante, poniendo en una duda constante nuestro plan.

¿Cuánto tiempo puede resistir un ser humano frente a una exposición al ruido tan directa y continuada? Desgraciadamente, no mucho si no se ha preparado para ello. El problema que tenemos todos viene «de serie» con el equipamiento biológico con el que nacemos, pues nuestro cerebro está programado evolutivamente para intentar encontrar patrones —una narrativa que dé sentido al mundo— incluso donde no la hay, y actuar en consecuencia a la mayor brevedad posible.

Una gran mayoría de interesados en la inversión acuden a los mercados atraídos por las ganancias rápidas y sin esfuerzo, descubriendo al poco que los unicornios no existen, y que sólo superar ligeramente la rentabilidad natural de los activos es extremadamente difícil y costoso (cuando no directamente un timo).

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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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