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El Quant Arrepentido

[Este post surge a partir de mi aparición en el programa de radio «Tu dinero nunca duerme» que se puede escuchar aquí, en el que hablamos, entre otras cosas, del peligro de los quants]

Un bánkster (izq.) y su fiel quant, conspirando para aumentar el riesgo de sus clientes sin que lo noten. Si sale bien ellos ganan, si sale mal pierden los clientes; o sea tú.

Un quant es alguien que quería construir puentes, motores más eficientes o entender mejor el Universo; pero descubrió que las facturas se paga más fácilmente desde el cubículo de un banco. El término viene del inglés quantitative analyst, o analista cuantitativo (por aquello de que «calcula y cuantiza» cosas).

Se trata de una especie relativamente moderna en el ecosistema financiero, antaño dominada por abogados y economistas tradicionales. Y aunque siempre ha habido actuarios y gente preocupada por medir y valorar con precisión, fue a finales de los años ‘90 cuando de verdad empezaron a crecer como champiñones dentro de las entidades financieras de todo el mundo.

Para los directivos de dichas entidades —cada vez más arrogantes y cortoplacistas ejecutivos con su MBA tatuado en la frente—, la llegada de los quants fue recibida como agua de mayo. Buscaban una manera de aumentar sus bonus de fin de año, y sólo veían tres formas de conseguirlo. Despidiendo gente, vendiendo más, o asumiendo más riesgos (con el dinero de los clientes, claro) .

Lo de vender más, si eso ya tal…

Lo de despedir gente, pan comido y están en ello.

Así que, ¿cómo se puede justificar asumir más y nuevos riesgos, teniendo en cuenta que si sale bien ganan todos y si sale mal sólo pierde el cliente? Aquí es donde llegaron los quants para salvarles la papeleta: «Aumentemos el riesgo, pero decorándolo para que parezca que lo reducimos». ¿Es posible tal alquimia? Sería encontrar el Santo Grial de la gestión corporativa. ¿Cómo? Con la ayuda de los quants.

Los quants son capaces, algunos conscientemente y otros sin saberlo, de esconder los riesgos debajo de toneladas de exóticas ecuaciones que (casi) nadie entienda. Así todos aceptarán los nuevos niveles de riesgo comprometidos por la entidad, y todos felices. Los quants sirvieron la solución buscada en bandeja: quedaba «demostrado matemáticamente» que eran riesgos controlados, acotados, perfectamente “asumibles” y convenientes tanto para el cliente como para la casa.

El siguiente paso es envolverlo todo en una burocracia corporativa elefantiásica. Se empieza creando un Departamento de Riesgos y otro de Derivados y Estructurados. Se inyecta una docena o dos (cuantos más, mayor credibilidad) de Doctores en Física, Matemáticas y algún ingeniero despistado que pase por la acera de en frente. El Departamento de Derivados y Estructurados, junto con el de Diseño de Producto y Marketing, se inventa entonces el producto Supercool Enhanced Blockchain 2.0 —tras el visto bueno del Departamento de Compliance—, y se solicita el correspondiente informe de riesgos asociado a una entidad externa también hipertrofiada con quants y abogados para que acaben diciendo lo mismo.

A los directivos se la repanfinfla si dichas medidas e informes tienen sentido o no —por algo son una población repleta de psicópatas. Les da igual si están vendiendo algo peligroso con apariencia de seguro o no. Con que lo parezca y sean aprobados por el Departamento Legal, les sirve para dar su autorización y ordenar su distribución masiva al Departamento de Ventas. Se diseña entonces una campaña publicitaria de impacto bien molona y el tren se pone en marcha. ¡A vender (preferentes, amarillos, garantizados, CDS, CDOs, CPPIs, CoCos, y cualquier combinación de letras que suene bien) que son cuatro días y llevamos ya tres sin un crash!

La jugada fue —y sigue siendo para altos ejecutivos y políticos— redonda: “Si me sale bien la jugada, me forro porque yo lo valgo y soy el más listo. Y si revienta, si arruino a miles de personas o les dejo sin empleo, total yo ya no estaré aquí». Siempre puedo excusarme con que aquello fue un ‘evento 25-sigma’ que nunca tendría que haber ocurrido porque «era imposible que ocurriese».

Como se ve, ausencia total de Skin in the game y asimetría total para beneficio de unos pocos poderosos.

Un quant arrepentido

Lo confieso, yo fui un quant.

Hubo una época en la que me pagaban por sacarle un numerito a las carteras (el VaR), o por estimar lo que valía «en teoría» un derivado o estructurado que había que colocar al cliente de turno para «meterle un buen rejón en el spread«. Utilizaba paradigmas y ecuaciones que ya se sospechaba no eran correctas (por lo menos desde el desastre del LTCM en 1998), pero sí legales y aceptadas por la industria (que es al final lo que cuenta) y el mundo académico (si no, ¿qué iban a publicar?).

Como la mayor parte del tiempo nunca pasa nada en los mercados —a pesar del ruido inútil con el que nos torturan los medios cada día—, uno llega a acostumbrarse y hasta creer que está haciendo algo útil y valioso para la sociedad con todas esas construcciones matemáticas. Pero nada más lejos de la realidad.

Un día llega un evento tipo 2008 (algo que suele suceder una o dos veces por década) y el castillo de naipes se desmorona. Lo que nunca podía suceder, ocurre.

(En vez de contar otra vez lo que pasó en 2008 con aburridas descripciones de cómo la quiebra de un producto fue tirando de otro hasta arrastrar a todo el sistema financiero, recomiendo dos películas para hacerse una idea. Las que, a mi parecer, mejor han sabido reflejar aquellos meses: Margin Call, y La Gran Apuesta (The Big Short)).

¿Cómo pudo suceder ese desastre? ¿No se supone que las matemáticas son precisas y exactas? ¡Claro que son exactas y precisas! Las matemáticas te van a contestar siempre con exactitud en función de las hipótesis y simplificaciones de las que partes.

De esto ya se dio cuenta Benjamin Graham cuando avisó (en su eterna y siempre revisable obra de 1949, The intelligent Investor) de que la combinación de fórmulas exactas con supuestos dudosos permite obtener, o más bien justificar, prácticamente cualquier estimación deseada. O más brevemente: la matematización de la gestión permite transmutar especulación en aparente inversión.

En otras palabras, lo que hacen los modelos matemáticos es dibujarnos un mapa del mundo basado en ciertos supuestos y simplificaciones de la realidad. Pero un mapa, por «molón» que sea y admiración y respeto que provoque, no puede contener nunca a toda la realidad. Todo va bien mientras esa representación de la realidad se corresponde con lo que ocurre. Pero cuando la realidad empieza a divergir de nuestros mapas, ¿qué hacemos? Si estamos conduciendo por una zona desconocida, ¿hacemos caso al GPS del coche que nos dice girar a la derecha (donde hay un barranco), o a nuestros propios ojos?

La industria de la inversión tiende a hacer más caso del GPS (a sus modelos matemáticos) que de sus propios ojos, pues atender a la realidad sin el filtro de los modelos matemáticos implicaría tener que renunciar a sus bonus del año próximo («¡antes muertos!» llegué a oír decir). Si el modelo dice que un evento sólo tiene una probabilidad de ocurrir 1 vez cada 20.000 años (el «evento 25-sigma», como lo bautizó el quant-jefe de Goldman Sachs en 2008), pues es que entonces «no hay peligro», y adelante…

El problema no está en la matemáticas, que son simplemente una herramienta. El problema está en cómo se utilizan y los marcos conceptuales en los que vive una industria con incentivos perversos, en la que al final una de dos: o ganan ellos o perdemos los demás.

Y vaya que si perdemos… no sólo con la intensificación de las crisis y recesiones que estos productos tóxicos producen, que acaban afectando la vida de millones de personas. Sino también la cantidad de físicos, matemáticos e ingenieros que dejaron y dejan de hacer puentes, de explorar el problema N vs NP, de indagar en la energía oscura o en los océanos de Encélado, de investigar en la cura del cáncer. Todo para satisfacer la avaricia sin límites de unos banksters a los que nunca les preocupó, ni les preocupa, qué pasa con el cliente final.


6 comentarios

  1. Es el primer artículo que leo en este blog. Me ha gustado mucho, especialmente la descripción del funcionamiento de los incentivos perversos. Y sus efectos asimétricos y catastróficos. Aunque parezca mentira, se sigue utilizando el VaR hoy en día. Increíble. Gracias y saludos cordiales.

  2. También es mi primer artículo que leo y le puedo asegurar que no será el último , felicidades por su participación en +D , un coloquio excepcional ,gracias.

  3. Se me ha ocurrido una idea: blogueros comunicadores que buscan la IF pueden dar cursos de IF en asociaciones de personas en rehabilitación por adicción al juego.

  4. En ámbitos extraordinariamente complejos puede parecer imposible la modernización matemática.- Sin embargo, incluso en éstos ámbitos, pueden existir metodologías racimales (científicas) , que sorprendentemente pueden (y deben) ser de gran simplicidad.
    Puede parecer contradictorio que las situaciones más complejas se resuelvan racionalmente de la forma más sencilla,… sin embargo tiene su lógica por una cuestión “evidente”,… NO TENEMOS OTRA ALTERNATIVA.
    Aunque yo soy inversor particular, me considero un claro ejemplo de ello.- Me considero un “quant”, con resultado aceptable (… al menos de momento).
    Saludos y gracias por tu magnífico Blog.

  5. Gracias por este blog. Coincido contigo al 99% y así lo aplico en mis inversiones, pero ¿qué opinas de Reinassance Technologuies? ¿Son la
    Excepción que confirma la regla?

    Gracias una vez más

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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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