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Pero, ¿qué es un inversor «sobrio»?

La única manera de salir del casino con una fortuna es… entrando con dos fortunas*

Manuel Andrade, Director Comercial de BME

Según el diccionario y por oposición a ebrio, sobrio es aquel que no está borracho.

Pero también es sobrio aquel de carácter moderado y sencillo, que ha conquistado la virtud de la templanza, prescinde de adornos inútiles, y es impermeable a distracciones pasajeras y promesas imposibles.

Aplicado a la gestión financiera de nuestro patrimonio, un inversor sobrio (inver-sobrio) es aquel que:

Ha aprendido a no dejarse llevar ni por el pánico ni por la avaricia.

Ignora deliberadamente el ruido diario y las constantes novedades que intentan plantar la semilla del FOMO en su estado de ánimo; alejándose de la avalancha de noticias intrascendentes que escupen sin cesar los medios.

Es ecuánime, en el sentido de por lo menos intentar mantener constante su ánimo. Sabe que el curso de la Historia —y, sobre todo, su estrategia de inversión a largo plazo— no es algo que cambie por «el dato macro» de hoy o la declaración de tal banquero central mañana.

Además, es consciente de que la disciplina y la paciencia son las únicas armas de que dispone para poner las propiedades de los mercados financieros y el inevitable paso del tiempo a trabajar en su favor, no en su contra.

Ha sobrevivido a las borracheras —y carísimas resacas— que el mundo de la inversión siempre nos pone en el camino. Se trata de un inversor escéptico por naturaleza, abstemio de supersticiones, espejismos pasajeros, autoengaños o fantasías de rentabilidad imposibles.

Es un inversor «crecidito». Hace muchos años que —como profesional o cliente— dejó atrás sus primeros —y caros— intentos de aumentar su rentabilidad apostando en base a corazonadas, rumores, «soplos», algoritmos «superinteligentes» o espejismos de rápido enriquecimiento.

Ha aprendido que los mercados son una amante cruel que exige sacrificios: monetarios, emocionales y conceptuales. Ha pasado por el laborioso —y a veces obsesivo— camino del exceso de celo a la hora de encorsetar en un mapa matemático unos mercados cuya naturaleza, inherentemente humana, los hace demasiado libres y salvajes para que se ajusten durante demasiado tiempo a un único tipo de modelo estadístico.

Está curado de espanto y ya no espera ni cree en los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez, por muy bien que la siguiente Inteligencia Artificial o el siguiente sucesor de Buffett intente venderle el último y sofisticado producto a la moda, en lujosos despachos de Ginebra, Londres o el barrio de Salamanca.

Ha aprendido a separar lo que la realidad es de lo que le gustaría que fuera. Necesariamente se ha hecho más sabio renunciando a intentar ser el más listo de la clase.

Ha mejorado su autoregulación emocional, descubriendo y reconociendo sus propias virtudes y debilidades.

Ha mejorado su proceso de toma de decisiones. Los años le han permitido mejorar —sí, la experiencia es un grado y no todo lo decisivo se encuentra en los libros— su capacidad de razonar en mitad de las tormentas y la incertidumbre, permaneciendo tranquilo cuando todo alrededor es confusión y el resto del mundo se arrodilla frente a sus emociones más primarias.

El inversor sobrio ha acabado por aprender y aceptar —le guste o no, y a veces de manera muy costosa— las verdades del barquero del mundo de la inversión:

1

Uno no se hace millonario en los mercados, pero puede preservar y hacer crecer su riqueza a lo largo del tiempo si se ajusta a lo que es posible y desecha lo imposible —por seductor que parezca.

2

No existe rentabilidad sin riesgo, por mucho que la busquen inversores primerizos y la publiciten vendedores sin escrúpulos.

3

No existe el riesgo cero (si alguien no quiere riesgos, que no se levante de la cama por la mañana). Toda inversión conlleva algún tipo de riesgo, muchas veces ignorado consciente o inconscientemente. Todas las estrategias y activos tienes más o menos riesgo—y no me refiero sólo a la volatilidad—, y no siempre es trivial discernir los riesgos implicados u ocultos.

4

Por lo general, la industria de los productos financieros —más cuanto más sofisticados— existe en su mayoría para enriquecer a quienes los manufacturan y los venden, no a los inversores. Lo que no exime de que en ocasiones también se pueda utilizar, como cualquier otro instrumento, para beneficio del inversor.

5

Desafortunadamente, invertir es todavía —al contrario de lo que publicitan los brokers de banner saltarín y por muy políticamente incorrecto que sea decirlo en voz alta— una actividad elitista, para la que es necesario disponer de un cierto capital ahorrado, debido a la erosión que supone operar e invertir en los mercados para pequeños capitales. (Actualización 2018: Últimamente parece que, por fin, esta situación está empezando a cambiar de un tiempo a esta parte, con la aparición en España de productos e intermediarios muy competitivos, eficaces y seguros. Esperemos que siga la tendencia).

6

El inversor sobrio se ha rendido al minimalismo en la gestión. Ha aprendido que menos es más, y lo simple es más eficaz que lo complejo en entornos impredecibles como los mercados financieros. Es decir, para enfriar el agua en verano, mejor usar un botijo que un frigorífico industrial. La robustez de lo simple y sencillo (sean estrategias o productos) es más probable que siga siendo rentable en el futuro que lo sofisticado y complejo (efímero y frágil desde nacimiento); por muy a la moda que esté tal o cual fondo o estilo de inversión.

7

Las rentabilidades extraordinarias existen, pero no son sostenibles en el largo plazo. Aunque siempre aparece en las portadas de revistas y periódicos el gestor que consiguió el año pasado una rentabilidad fabulosa, a sus inversores les tocó la lotería. Y la lotería siempre les toca a los demás porque no podemos saber el número ganador del próximo año.

8

El inversor sobrio ha aprendido a aceptar y sentirse cómodo con la incertidumbre. Sabe que no se puede predecir el futuro de forma sostenible, aunque siempre habrá alguien que acertó la caída/subida del petróleo o la subida/caída del bitcoin. El inversor sobrio sabe que, para rentabilizar su ahorro, no puede adivinar quién será el próximo gurú capaz de prever qué acciones/sectores/activos se comportarán mejor el año que viene o el siguiente.

9

El inversor sobrio sabe que invertir bien es y tiene que ser aburrido. Es casi una condición necesaria para evaluar toda estrategia de inversión: «si es aburrida, tiene potencial». El aburrimiento proviene de tener muy claro qué podemos esperar y qué tenemos que hacer en cada circunstancia. Por eso las redes sociales y los medios de comunicación de masas, centrados en divertir y retener la atención, no son buenos amigos de las inversiones sobrias, priorizando en sus contenidos apuestas excitantes que atraigan y retengan la atención de su público. Si el inversor sobrio quiere diversión o excitación, no lo busca en la inversión: se compra un monopatín para moverse por la ciudad o directamente se irá al casino. Sabe que allí sería más rápido, menos doloroso y mucho más divertido perder su dinero el poco tiempo le dure.

10

El inversor sobrio es un inversor estoico, en el sentido de que: 1) Sabe distinguir entre lo que puede controlar y lo que no, centrando sus esfuerzos en aquellos factores de la inversión que quedan dentro de su capacidad de acción, y aceptando amablemente los caprichos de los que no. Y 2) ha aprendido a mantener sus emociones fuera del territorio de la acción inversora. No las ha eliminado (sólo los psicópatas tienen ese «privilegio»), pero ha conseguido que griten y vivan en un lugar alejado de su espacio de decisión y acción inteligente.

11

De la misma forma que uno no se hace cirujano o piloto de avión en un fin de semana, el inversor sobrio ha aprehendido —a veces perdiendo mucho dinero—, que uno no se convierte en buen inversor con un cursillo de fin de semana o leyendo el último best-seller sobre “cómo hacerse millonario rápidamente y sin esfuerzo” (un libro que, con ligeras variaciones en el título, siempre puede encontrarse en la sección de novedades de economía de su librería). Al contrario, aprender a invertir requiere no sólo muchos años de estudio (que por definición nunca termina), sino un gran esfuerzo de aprendizaje y honestidad para con uno mismo.

12

Invertir es a la vez una ciencia que necesita años de estudio e investigación, y un arte que nos exige esfuerzo, disciplina y humildad intelectual.


En resumen, el inversor sobrio es prudente, racional y realista. Además, está impregnado de ese sentido común tan escaso y necesario para tomar decisiones razonables, más allá de a donde le arrastren sus emociones internas o los cantos de sirena externos de la industria. Básicamente, un inversor sobrio es aquel que ha asumido que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

A ese tipo de inversor, o más específicamente a aquel que busca convertirse en un inversor sobrio, va dirigido este humilde blog.


* En realidad existen tres opciones. La segunda opción es no entrar nunca al casino. Y la tercera, la más olvidada según Nassim Taleb, es montar un casino para que otros vengan a perder sus fortunas en él.

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