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Antes pegarme un tiro que comprar piso

Toca escribir sobre al espinoso y polémico tema de por qué considero que hipotecarse es una de las peores decisiones financieras que uno puede hacer en su vida, y sólo en algunas circunstancias personales y económicas puede resultar una decisión sensata.

Tema muy polémico en este país porque, como con la política o el fútbol, existe una polarización extrema. Por un lado, sus fanáticos defensores, quienes muestran con orgullo el éxito de su caso personal, el de sus padres o el de algún conocido. Y por otro, los que han sido destruidos por el camino. Éstos últimos, quizá por la cultura española que hace del fracaso un tabú social, mucho más silenciosos y por lo tanto invisibles. En este post me gustaría simplemente exponer las razones que me llevan a pensar de este modo (no intento convencer a nadie, solo aportar ideas para que luego cada uno reflexione), inspiradas principalmente en los trabajos de Robert Shiller, Ricardo Vergés, James Altucher, Borja Mateo, Robert Kiyosaki y James Collins.

*Aclaración importante: Este post trata exclusivamente sobre la decisión personal de hipotecarse, y no se refiere a la inversión inmobiliaria como clase de activo en cartera (un animal totalmente diferente y del que hablaremos en otra ocasión) o actividad empresarial enfocada a conseguir rentas.


Parte I: Actores interesados

¡comprad, comprad, malditos!

Tenemos un problema a la hora de intentar formarnos una opinión propia sobre la que es probablemente la decisión financiera personal más importante de nuestras vidas. Miremos a donde miremos buscando información objetiva sobre el tema de la vivienda, estamos rodeados por influencias que nos empujan siempre en una única dirección: comprar.

En este entorno, lo primero que tendríamos que preguntarnos es: ¿de dónde viene y por qué estamos rodeados de esa obsesión por comprar, comprar y solo comprar? Estamos tan habituados a la idea de “comprar” que nos parece hasta algo normal y obvio en sí mismo, sin necesidad de cuestionarnos el dogma. Es tal la influencia de los actores que nos rodean que muchos no llegan ni a plantearse la decisión, asumiendo que comprar casa, con o sin hipoteca, es algo que tarde o temprano acabaremos haciendo todos. Sin embargo, el hecho de que haya tanto interés en que nos convirtamos en esclavos de por vida con una hipoteca —o destruyamos nuestro patrimonio financiero colocándo todos nuestros ahorros en un bien inmueble—, debería hacernos sospechar profundamente y preguntarnos ¿qué está pasando aquí?

El problema que tiene España —y su cultura— es que todo el entramado politico-económico de este país ha vivido directa o indirectamente del negocio que genera la actividad inmobiliaria. No sólo obviamente el sector privado, sino también el público, a través de los muchos impuestos con los que se gravan todos los procesos y pasos relacionados con el ladrillo. A nadie, público o privado, le interesa que el negocio inmobiliario se detenga o baje de actividad. Ya lo hizo en 2008 y casi se lleva al país por delante si no hubieran rescatado temporalmente a los bancos. Por esto es necesario ser consciente de las distintas motivaciones e intereses que tienen los diferentes actores de este circo del ladrillo:

Inmobiliarias

El actor más obvio del circo: Las inmobiliarias viven de construir y vender vivienda, por lo que sus argumentos, informes y noticias estarán siempre sesgados a promover la idea urgente y necesaria de la compra. Eso sí, a las inmobiliarias les da igual si los clientes compran con cash encima de la mesa o vía hipoteca. Lo que les interesa es exclusivamente vender sus productos como sea. Si en el camino tienen que desprestigiar o criticar la idea del alquiler o minimizar los altísimos riesgos de hipotecarse, no hay problema. Por lo tanto, a pesar de que siempre dirán que son «los que más saben» del tema, a la hora de informarnos sobre el mercado inmobiliario o de tomar una decisión, son los últimos a quien debemos escuchar.

Los bancos

Las inmobiliarias no son nada sin los bancos, pues casi toda la compra de primera vivienda que se hace en este país se implementa vía hipoteca concedida por un banco. Esto hace que los bancos, especialmente en España, hayan vivido y vivan principalmente de todos los negocios relacionados con lo inmobiliario. La hipoteca es un chorro de comisiones para el banco en el que, si algo llega a salir mal durante las décadas de esclavitud del cliente, sólo les puede reportar mayores beneficios, pues la ley está configurada para que así sea.

Es tal el interés de los bancos porque la gente se hipoteque que, incluso para aquellos clientes que cuentan con suficiente liquidez para comprar cash un inmueble, les propondrán hacerlo vía hipoteca, contándole mil y una milongas de cómo “es mucho más interesante” para él hacerlo así. Para los bancos, el paraíso sería una sociedad en la que todos sus ciudadanos estén permanentemente endeudados de una u otra forma.

Resulta obvio que cualquier persona que trabaje o tenga relación con el negocio bancario no va a asesorarnos realmente, sino que va a intentar que nos hipotequemos o endeudemos, con argumentos absurdos si es necesario. (Como anécdota personal, aún recuerdo el director de la sucursal de mi banco, cuando insistía allá por el año 2006 en que me hipotecase (en aquellos años en España se construía más que en Francia, Alemania e Italia juntas, como presumía Aznar). Sus argumentos “de peso” eran que la demanda de vivienda iba a ser siempre mayor que la oferta porque “están entrando muchos inmigrantes en el país” ¿!?)

Los bancos sólo pueden ganar cuando la gente se hipoteca porque la realidad de la hipoteca es muy diferente a como nos la venden. Cuando nos hipotecamos, lo que consideramos «nuestra» nueva vivienda no es en realidad nuestra, es propiedad del banco, al que pagamos “un alquiler” (llamada cuota mensual de la hipoteca) durante varias décadas. Esto es así en la práctica pese a que sobre el papel la titularidad de la vivienda esté a nuestro nombre. Es así porque hasta que no saldemos el último Euro de deuda, si dejamos de pagar en algún momento el banco estará en su derecho no sólo de arrebatárnosla dejándonos tirados en la calle, sino de llevarnos a juicio y obligarnos a seguir pagando la deuda de una casa que nunca fue realmente nuestra. El drama de los desahuciados continúa, por mucho que lo silencien los medios (ver más abajo). El intento por cambiar la ley e implantar la dación en pago sigue en eso, en un intento.

Repito, porque esto es algo que a mucha gente le cuesta comprender: Tu casa no es tuya por firmar una hipoteca, es del banco hasta el último segundo en que entregas el último Euro de deuda con el que te esclaviza durante décadas. Si algo va mal, el banco sólo puede beneficiarse. Si todo va mal, el banco será rescatado con el dinero de todos. En cambio, si algo te va mal a ti —cliente/víctima—, hipotecado de por vida, eres a quien le joden la vida. Por ello, tras las inmobiliarias, al último que deberíamos escuchar si buscamos consejo sobre la compra de vivienda, es al director de la sucursal bancaria de nuestra esquina aunque le conozcamos «de toda la vida».

La prensa

Es muy raro encontrar artículos críticos con el sector inmobiliario en la prensa española. Tampoco documentales o reportajes en la televisión que nos adviertan de los riesgos de hipotecarnos. No nos debería extrañar si recordamos que los grandes grupos de comunicación son propiedad de los mismos grupos empresariales asociados con los bancos y grandes inmobiliarias.

Los medios son, por definición, incapaces de publicar críticas objetivas sobre la inversión inmobiliaria, pues cualquier crítica será abortada por el Editor. Su interés es que la compra de vivienda se perciba como inteligente, sensato y rentable. Es tal su sesgo pro-compra de vivienda que casi todos los periódicos cuentan con un suplemento semanal “sobre el mercado inmobiliario”, en el que básicamente suelen cambiar el orden de los titulares para decir siempre lo mismo: «Ahora es el mejor momento de volver a comprar».

El Gobierno

Tampoco podemos esperar que Papá Estado mire por nosotros, aconsejándonos con prudencia, equidad y objetiva; pues le interesa tanto como a bancos e inmobiliarias que sus ciudadanos compren casa (en cash o con hipoteca) en vez de alquilar. La razón es que hay toda una constelación de costes, impuestos y tributos varios ligados al proceso de compra-venta de un bien inmobiliario. La dependencia en ingresos a través de impuestos que tienen el gobierno central, las comunidades autónomas y los ayuntamientos por actividades relacionadas con lo inmobiliario en España es brutal. Cuantas más hipotecas se conceden (más compras se firmen), más impuestos recauda el Gobierno, por lo que “desde arriba” siempre se impulsará, por todas las vías a su alcance, la compra de vivienda. No en vano existe un «ministerio de la vivienda». No para que todos los españoles dispongan de una vivienda digna, sino simplemente para fomentar el crecimiento de un negocio que tantos beneficios les reporta a través de impuestos y tasas.

Debemos por lo tanto ser escépticos con toda información que nos llegue desde los organismos públicos, pues también son parte interesada en que el resultado final sea el mismo: acabar comprando vivienda.

La familia

Nuestros padres crecieron en un entorno de seguridad laboral y precios inmobiliarios estables y razonables. Durante los años ’60 y ’70, el precio de una vivienda era, en promedio, entre 2 y 3 veces los ingresos anuales del padre de familia. Pero a partir de los años 2000 algo en la mente de los españoles cambió. A pesar de ser una locura en sí mismo, se empezó a ver como aceptable el tener que destinar más de 4, 6 u 8 años de salario íntegro a la compra de vivienda, cuando no se recomienda —por demasiado arriesgado— que tu casa te cueste más de 3 veces tu salario anual:

En los años en que nuestros padres compraron su vivienda era “fácil” pagar un piso, no solo porque eran relativamente baratos comparados con sus ingresos, sino porque la situación geo-social (esto es, contar con un trabajo fijo en un mismo lugar) así lo permitía. De ahí que nuestros padres insistan en que nos compremos también un piso, porque “quieren lo mejor para nosotros”, y a ellos les fue bien…

Parte II

Excusas y memes tramposos

Los memes que hoy inundan internet son una versión devaluada del tradicional refranero español: Intentos de simplificar aspectos complejos de la vida, que se introducen en nuestra mente por lo seductor que resulta ver la vida a través de un prisma tan sencillo. El problema es que estos memes nos hacen ver las cosas desde una única perspectiva o de forma excesivamente simplificada (dejando fuera de nuestra vista aspectos importantes de la realidad).

Los memes se comportan como virus mentales. Escuchamos o vemos uno en Twitter o WhatsApp e inmediatamente lo absorbemos y repetimos en cuanto surge la oportunidad. Los memes son ideas rudimentarias que viven a base de reproducirse de un cerebro a otro, saltando de mente en mente como si fueran alegres piojos. Un buen meme crece colonizando mentes y se extiende a lo largo de una región o país, muchas veces sin que sus huéspedes sean conscientes de ello, hasta que impregna la forma de pensar de la mayoría de la población, configurando lo que los teutones llaman el “zeitgeist” de una época y lugar. Es decir, los memes también dan forma a una cultura, una forma de ver el mundo y la propia vida, en un lugar geográfico y en un tiempo o época determinada.

El peligro está en tomar decisiones basándonos en dichos memes, descripciones siempre parciales y sesgadas de la realidad, pues de hecho sólo somos el huésped de un virus que está buscando un nuevo cerebro para reproducirse.

España, a diferencia de otras culturas como la inglesa, suiza y alemana —donde entre un 60% y 90% de la población vive en alquiler toda su vida y no se acaba el mundo—, es un país con una cultura de propiedad en cuanto al tema inmobiliario que llega a ser casi una religión (de ahí que sea tabú blasfemar contra el credo nacional). Esto tiene profundas consecuencias en nuestra forma de ver el mundo. En términos sociológicos, la normativa psicosocial «ibérica» nos empuja a que, llegados a cierta edad, nos sintamos obligados a acatar «la norma»: dejar de movernos de aquí a allá y sentar la cabeza. Como si no hubiera otras formas de «sentar la cabeza» que encadenándonos a una dirección postal.

Estos memes se suelen utilizar como excusa rápida frente a los demás o justificación frente a uno mismo a la hora de embarcarse en la compra o hipoteca de una vivienda. Veamos alguno de estos memes-excusa, a cuál más falaz, que refuerzan nuestro zeitgeist y nos pueden empujar a tomar una de las peores decisiones financieras que se puedan cometer en vida:

Detengámonos un instante a pensar sobre «formas rentables de ahorrar» y, para hacer aún más evidente la falacia de este meme, planteamos la pregunta al revés:

¿Cuál sería la peor inversión imaginable? Resulta que, si ponemos en una lista todas las condiciones que tendría que reunir la peor inversión financiera posible, (idea de James Collins) hipotecarse las reúne todas. A saber, la peor inversión posible debería reunir al menos las siguientes condiciones:

  1. Que sea ilíquida (no puedo convertirla rápidamente en liquidez, tardando en el mejor de los casos varios meses),
  2. Poco rentable o ruinosa según las décadas que permanecemos hipotecados,
  3. Que se quede con la mayor parte de nuestra renta disponible y evite que diversifiquemos nuestros ahorros en otras clases de activos,
  4. Que sea apalancada, aumentando el riesgo frente a pequeñas variaciones de las condiciones o parámetros esperados,
  5. Que no se pueda mover a otra parte en caso de necesidad,
  6. Que sea indivisible en caso de litigio (por ejemplo, en una herencia entre hermanos),
  7. Que sea jurídicamente insegura. por culpa de inesperados cambios legislativos a lo largo de décadas según va cambiando la ideología de los gobiernos en el poder.

Si nos detenemos en estos requisitos que debe tener toda mala inversión, repetir el meme de que hipotecarse es la manera más rentable y segura de ahorrar, demuestra como mínimo cierta ignorancia financiera, sin duda influenciada por lo que se vivió en España desde los años ’80 hasta el 2007 (ver más abajo). Indica no haber visto mucho mundo ni leído mucho, pues sólo sabe, actúa y proyecta su futuro a partir de un único tipo de producto en una única ventana temporal local, que le ha tocado por azar vivir. Proyectar el comportamiento futuro de un activo en base a lo que ocurrió en unas circunstancias muy particulares, durante un periodo de tiempo concreto y en un único lugar geográfico es como mínimo temerario. Por ejemplo, en esas casi tres décadas que en España los precios subían y subían, en Alemania, Suiza y Japón, los pisos no sólo no subieron de precio, sino que se mantuvieron o incluso bajaron de precio. ¿Qué creencia tendrán los que crecieron en esos países sobre hipotecarse?

Como en todo, la inversión «más rentable» depende de dónde y de qué plazo de tiempo hablamos, pues las circunstancias son siempre impredecibles y el mayor error es esperar que el mañana sea similar a como fue el ayer. El contra-ejemplo más sencillo y fácil de comprobar uno mismo es comprar un índice mundial y ver que, para periodos de tiempo similares a lo que dura una hipoteca, la inversión más rentable sigue siendo la Bolsa.

Pero sigamos con la lista de memes:

Detengámonos un momento a analizar la creencia popular de que la Bolsa es más arriesgada que el ladrillo porque ésta «se mueve mucho» y el ladrillo no. ¿No estaremos confundiendo riesgo con volatilidad? Y es que la volatilidad que no se ve, no duele.

Efectivamente, no estamos preparados para soportar la volatilidad (es decir, ver los precios moviéndose constantemente. Escribí sobre ello aquí). Esta intolerancia a la volatilidad no es algo que se arregle leyendo y estudiando; nos acompañará toda la vida porque hemos evolucionado para inevitablemente interpretar y dar sentido (aunque no lo tenga o sea irrelevante) a cualquier movimiento que observamos. En palabras de Nassim Taleb, no somos muy buenos distinguiendo entre señal y ruido —todo lo que se mueve a nuestro alrededor pensamos que es por una razón que debemos conocer—, porque durante nuestra larga etapa de cazadores-recolectores (cuya biología compartimos, aunque vistamos diferente) nos iba la vida en ello.

Así, una de las diferencias más importantes entre la inversión en activos financieros cotizados y la inversión directa en activos inmobiliarios, es que los segundos no tienen colgado un letrero luminoso en el portal mostrando cómo cambia de precio el inmueble a cada segundo.

De hecho, nos parecería algo estúpido porque sabemos que el valor de un inmueble no cambia a cada instante. ¿Se imaginan llamar cada media hora al propietario de un inmueble en venta para preguntar si ha cambiado el precio respecto a hace un rato? Nos tomaría por loco. Hacen falta muchos meses, cuando no años, para que dicho valor cambie, así que cualquier información dada con una frecuencia mayor sabemos que es irrelevante. Además, ¿qué se ganaría con esa «información»? Ansiedad. ¿Y qué se perdería? Tiempo y energía para otras cosas.

Es decir, otra de las razones por las que persiste la tendencia a invertir en inmuebles antes de hacerlo en activos financieros se podría resumir con el refrán «ojos que no ven, corazón (bolsillo) que no siente».

En resumen, hay que estar muy atentos a los memes —a lo que pensamos y cómo lo pensamos—, ya que en un tema tan complejo y trascendental como la compra de vivienda, nos atacarán en cuanto nos sintamos cansados y bajemos la guardia. Qué fácil es dejarse llevar por la corriente…

Parte III

Riesgos

Aunque desde 2013 los medios oficiales están intentando silenciarlo (se sigue cumpliendo la máxima de que «si algo no sale en TV, es que no existe»), el drama de los desahucios sigue siendo una dolorosa realidad, con unas 140 ejecuciones hipotecarias iniciadas cada día en estos 2014 y 2015 (datos del INE):

Sin entrar en quién tiene la responsabilidad de esta tragedia (tema para otro post), está claro que todos los que firmaron su hipoteca proyectaban un escenario futuro para su vida personal que desgraciadamente no se ha cumplido. Y es que es muy aventurado predecir cómo van a ser los próximos 20-30 años de tu vida. Algo salió mal en un escenario en el que todo tenía que salir bien: se subestimaron riesgos.

Dichos riesgos tienen su origen principalmente en un defecto que tiene el ser humano y que nos diferencia de los dioses: no podemos predecir el futuro. Tanto más oscuro se nos aparecerá el futuro como largo sea el plazo que intentemos predecir. Así, cuando hablamos de hipotecas, lo hacemos con un horizonte que abarca décadas. Nadie, ni ente público, privado, personal o colectivo; puede decir en voz alta que tiene «controlado» lo que pueda pasar a lo largo de 20 ó 30 años. Veamos pues alguno de esos riesgos que pueden aparecer en un periodo de tiempo tan prolongado.

Asimetría entre esperanza y miedo

El ser humano es optimista por naturaleza. Frente a la incertidumbre, siempre pensamos que conseguiremos salir adelante pase lo que pase. Si lo pensamos bien, este optimismo innato nos ha sido muy necesario a lo largo de milenios para que nuestra especie pudiera salir adelante, cuando tantos y tantos factores han frustrado vidas y hasta civilizaciones enteras.

Sin embargo, ese optimismo puede no estar bien fundamentado y llevarnos a tomar decisiones equivocadas en las que no valoramos adecuadamente el riesgo. Dicho en otras palabras, un parado confía en encontrar empleo con mucha más facilidad de la que un empleado teme ser despedido. Si estuviesen equiparados el miedo y la confianza, no se hubiesen firmado tantas hipotecas. Como se ha confirmado, la mayoría de hipotecas estaban impulsadas por un optimismo irracional y excesivo por parte del hipotecado (dejando aparte la publicidad malintencionada de los actores implicados del sector que hemos comentado al principio).

Subida del Euribor

El Euribor no es más que el tipo de interés al que los bancos se prestan dinero entre ellos. Así, un Euribor bajo indica que les cuesta poco —o les resulta muy barato— el dinero prestado; y al revés si el Euribor es muy alto. Cuando escribo esto (finales de 2015) el Euribor está prácticamente en 0%. Esto quiere decir que a los bancos les sale gratis pedir dinero prestado. Y estos bajos costes se los trasladan a los clientes que quieren hipotecarse, resultando en una cuota mensual de hipoteca anormalmente baja. La diferencia entre el Euribor y lo que nos aplica el banco —el famoso y comercial «Hipoteca a Euribor + X%—, es lo que el banco «gana» por concedernos la hipoteca.

Con un Euribor alrededor de 0%, el impacto de una mayor bajada apenas se notará ya en próximas facturas mensuales de la hipoteca. Aunque pueda seguir bajando y situarse por debajo de cero (si los tipos siguen cayendo), en el largo plazo de décadas hay más posibilidades de que el Euribor acabe subiendo. Sin embargo, a cada nuevo récord a la baja del Euribor, la prensa y la TV —y el director de la sucursal bancaria de la esquina— lo celebra como si fuera el argumento irrefutable, definitivo e irresistible para hipotecarse de por vida (¿!?), cuando si lo miramos con suficiente perspectiva histórica es evidente que se trata de algo temporal.

¿Por qué se quiere vender algo transitorio, circunstancial y anormal como permanente? Porque los bancos saben que el cliente sólo ve y razona en base al corto plazo, proyectando su futuro en base a cómo es ahora su presente. Le muestran cuán pequeña se queda la cuota mensual de su hipoteca con un Euribor en 0% (o negativo), y le insisten en que, con esa cuota mensual, «sería de tontos estar tirando el dinero en un alquiler» (¡atención, los memes nunca descansan y nos atacan constantemente por todos lados!).

El cliente sólo razona en el corto plazo y ve que, con la cuota de este mes, le quedan X euros para gastárselos en otras chorradas que no necesita. Y aquí está la terrible confusión con el que el banco empuja al cliente: se le impone al cliente la creencia de que el Euribor —su cuota mensual— se mantendrá baja o apenas subirá en el futuro. Por ello prácticamente todas las hipotecas que se firman en España, Irlanda y Portugal (los tontos de la clase), son a tipo variable, para «aprovechar la bajada del Euribor» (¡como si fuera a ser permanente!):

¿Pero qué pasará cuando vuelva a subir el Euribor? La realidad es que nadie sabe cómo estará el Euribor el año que viene. Mucho menos dentro de 20 ó 30 años. Lo que está claro es que en 0% o incluso en tipos negativos el margen que queda para bajadas significativas es muy poco, y sí queda todo el margen imaginable para que suba (riesgo asimétrico en contra del que se hipoteca).

En otras palabras, ¿por qué es tan peligroso firmar una hipoteca a tipo variable con el Euribor a cero? Porque los tipos de interés están siendo anormalmente bajos (por intervención artificial del BCE): Son pocos los que recuerdan que a principios de los años ‘80 los tipos de interés en España estaban… ¡al 20%!

Como vemos, unos tipos de interés al cero son algo históricamente anormal. El peligro reside en que una subida del Euribor puede producir un efecto palanca en nuestra deuda restante que multiplique varias veces la cantidad que nos resta por pagar. No estamos hablando de que la deuda o la cantidad que pagamos al mes aumente un 10% o un 30%, estamos hablando de que podría doblarse, triplicarse o más.

Los bancos intentan obviar ese escenario más con frases de Harry Potter que con argumentos económicos de peso. Dicen: “¡Oh, eso no dejarán que pase!”, como si los que toman decisiones en Bruselas o en los Consejos de los Bancos se preocuparan por el daño que pueden causar a las personas…

Firmar una hipoteca a tipo variable hoy en día con el Euribor en cero es como dormir encima de una montaña de dinamita con un pijama hecho de fósforos. Esta noche no ha pasado nada, pero hay muchos días por delante (¡décadas!) y está claro que algún día nos moveremos demasiado, saltará alguna chispa inesperada y…

Cambio de ciudad por curro

Antiguamente, cuando los trabajos eran “para toda la vida”, uno podía confiar en que iba a pasar la mayor parte de su vida en una misma ciudad. En ese escenario de estabilidad y seguridad, sí que tenía sentido hipotecarse para varias décadas, pues el “coste de habitar un inmueble” (sea el alquiler o la cuota de hipoteca) estaba prácticamente asegurado y ligado a la empresa para la que íbamos a trabajar el resto de nuestra vida.

Ese tipo de trabajos ya no existe. El mundo está cambiando a mayor velocidad que nunca y estamos entrando en un nuevo paradigma de trabajos temporales y cada vez más deslocalizados. Sólo los funcionarios del Estado conservan esa perspectiva (y eso si el país no quiebra, como en Grecia, donde se despiden funcionarios de carrera también). Hoy en día no sabemos cuánto tiempo va seguir viva la empresa que nos paga, y es imposible predecir para qué empresa o dónde estaremos trabajando dentro de 5, 10 o más años. Una hipoteca te obliga a pagar mensualmente una cantidad, estés habitando tu propia casa hipotecada en Madrid o estés currando en Frankfort, Dublin o Adelaida, tengas o no trabajo aquí o ahora. Desplazarse —por necesidad o por preferencia— implica entonces doblar el coste de habitar un inmueble, pues no puedes dejar de pagar la hipoteca y además hay que pagar el alquiler de donde uno esté currando.

Los vecinos vienen en el pack

Cuando te hipotecas en un piso, no sólo lo haces por los metros cuadrados que vas a pagar; los vecinos, el bloque, incluso el barrio vienen incluidos en el mismo lote, lo quieras o no. (Esta «pega» no aplica a si nos compramos una casa aislada en el campo, claro).

En otras palabras, se nos olvida fácilmente que todo piso viene «metido» en un edificio. Un edificio que, según la promoción, puede tener otros 20, 50 o 100 vecinos. Vecinos que no podemos elegir ni controlar. Cuando uno compra un piso, no sólo compra el espacio de la puerta de entrada hacia dentro, sino la convivencia con personas que no conocemos y que no podemos elegir. ¿De verdad nos creemos que vamos a tener la suerte de que todos nuestros vecinos van a ser, como esperamos, respetuosos y razonables?

A un lado del espectro, ¿qué porcentaje de la gente, según nuestra propia experiencia vital, consideramos que es «razonable y respetuosa con el prójimo»? En el otro lado del espectro: ¿qué porcentaje es del tipo que no tiene en consideración al prójimo y hace lo que le da la gana (como p.e. hacer ruidos -fiestas, tacones, TV alta, etc- sin pensar en sus vecinos, o no cumplir con sus responsabilidades comunitarias)? Peor aún, ¿qué porcentaje de gente es del tipo que va un paso más allá de la falta de respeto por el descanso y convivencia mutuas, y disfruta fastidiando a los demás?

Durante el proceso de compra del piso, de «nuestra casa», elegimos con mucho mimo y cuidado las luces, el sofá y resto de mobiliario que nos van a acompañar en nuestra vida. Pero no elegimos los vecinos.

Cuando alquilamos y nos toca un «vecino c*brón», lo peor que nos puede pasar es tener que mudarnos, perdiendo el mes de alquiler y quizá la fianza. Una pérdida y trastorno incómodos pero limitados. Pero cuando nos hipotecamos a 30 años, entramos en la rifa del vecino, que se puede convertir en nuestro particular infierno a soportar durante años.

Riesgo de subida de impuestos

Como con la compra de un coche, nada más nos dan las llaves ya hemos perdido un 10%: el IVA que hay que pagar por la compra de vivienda nueva.

A pesar de que la vivienda todavía no es nuestra (no lo será hasta que terminemos de pagar la hipoteca), sí que nos afectan de pleno todos los gastos relacionados con ella desde el primer día. Por ejemplo, hasta hace poco, el IBI era un coste casi despreciable dentro de los costes propios de la vivienda. Pero desde hace unos años, los gobiernos de todos los colores se han dado cuenta de que pueden exprimir cada vez más esa vaca subiendo progresivamente el IBI. La tendencia es a que se convierta en uno de los impuestos más caros en España.

Pero no solo el IBI seguirá subiendo, sino que hay una tendencia clara a aumentar el número y cuantía de los impuestos en torno al mercado inmobiliarios (costes, licencias, notarios, permisos, basuras, etc.). Lo que hoy puede ser un coste total (la letra de la hipoteca más todos los impuestos y resto de costes adyacentes) asumible —alrededor de un 10% del precio de la vivienda—, se puede convertir fácilmente en algo asfixiante si continúa la tendencia actual.

Con una deuda sobre PIB creciente y sin freno, la única forma de hacer frente a los pagos futuros será subiendo impuestos. Y la vivienda no va a escapar a este hecho inevitable.

Riesgo de caída de precios

Si compramos nuestra vivienda en cash y podemos cubrir sus gastos, nos va a dar igual lo que ocurra con el precio de la vivienda. Como no buscamos una revalorización para vender en el futuro, tanto nos da si dobla su precio como si cae a la mitad.

Pero en el caso de que en un futuro necesitáramos venderla (para cancelar una hipoteca, porque queremos deshacernos de ella o necesitamos la liquidez), la evolución de los precios es el factor clave. Aquí vuelven los actores interesados a manipular la opinión pública. Según bancos, inmobiliarias y gobierno, los precios de la vivienda siempre van a subir en el futuro, y así lo repetirán siempre sus voceros los medios de comunicación.

De poco sirve recordarles que desde 2007 los precios han caído de media más de un 50%, pues cada vez que se actualiza dicho porcentaje, se utiliza para configurar el mismo titular: «Los precios han caído un X%, ya no pueden caer más, así que ahora es el mejor momento para comprar/hipotecarse». Titulares como éste llenan la prensa cada uno o dos meses, desde hace 8 años, esperando que piquen nuevos pardillos:

Porque desde hace 8 años el precio no ha hecho más que caer y caer, y cada pocos meses, aprovechando cualquiera de los pequeños e inevitablemente circunstanciales rebotes en el precio, era «la hora de invertir»:

A partir de aquí, hay dos formas de ver el futuro irreconciliables: los que siguen diciendo que ya, que sí, que esta vez es la «refinitiva», ya hemos tocado fondo y «es que ya no se puede bajar más». Y los que opinan que nos espera un futuro similar al de Japón cuando les estalló su propia burbuja inmobiliaria hace casi tres décadas, en 1990:

O un futuro como el alemán o suizo, que llevan más de 40 años con los precios estancados y sin subir, a pesar de que en países como España celebrábamos la madre de todas las burbujas con champagne y corrupción a tutiplen:

Pero esa no es toda la película. Comprar y vender vivienda no es algo que salga gratis. Es un proceso extremadamente caro, donde se producen «gastos extra» por todos lados. Tanto al comprar como al vender, hay que pagar impuestos e incurrir en gastos ineludibles. Dependiendo de las circunstancias personales y de cómo y dónde se hagan las transacciones, eso supone una pérdida añadida (agregando todos los impuestos y gastos) entre el 10% y 20% sobre el precio al que se cruza la vivienda.

Esta falta de liquidez (no poder disponer del dinero cuando se necesita), incertidumbre en el precio (no sabemos si dentro de 5, 10 o 30 años el precio será mayor o menor al actual), los costes de mantenimiento y reformas, y por último, pero no menos importante, los costes de transacción (impuestos incluidos); convierte a la inversión en vivienda en una de las peores inversiones posibles. La vivienda en propiedad es en resumen un quebradero de cabeza, un bien inmueble que, como bien dice su nombre, no se puede mover y difícilmente se puede convertir en cash en buenas condiciones (hace falta tener la suerte de pillar unos años de fuerte revalorización para compensar todos los costes y gastos).

Además, la compra de vivienda supone un alto coste de oportunidad, pues elimina las opciones de invertir en otras inversiones más seguras y rentables que la vivienda en el largo plazo, oportunidades de negocio que nos puedan surgir, o la posibilidad de mudarnos a otro país a empezar una nueva vida.

Parte IV

El futuro del precio de la vivienda

Como firme creyente en que nadie puede predecir consistentemente el futuro —de hecho, toda mi filosofía de inversión descansa en esta hipótesis—, no debería escribir sobre las perspectivas del precio de la vivienda. El riesgo de asumir una decisión basándose en que el futuro tendrá que ser de la manera que uno espera me parece más que imprudente, temeraria.

Sin embargo, voy a contradecirme y, como puro ejercicio intelectual, dar mi humilde opinión sobre cómo creo que podría evolucionar el futuro de la vivienda no en los próximos años, sino en el largo plazo de las próximas dos o tres décadas; el horizonte típico de la hipoteca. Un horizonte lo suficientemente amplio como para las fuerzas de largo plazo se impongan sobre el ruido del corto y medio plazo. Puedes pues, amable lector, saltarte si te apetece esta Parte IV sin más, e ir directamente a las Excepciones y Conclusiones más abajo.

Oferta y demanda

Los precios —salvo en mercados intervenidos, manipulados o en burbuja—, suelen obedecer a la ley de la oferta y la demanda. Es decir, si hay mucho de algo, ese algo suele ser barato. Si hay poco de algo, ese algo suele ser caro.

Por extraño que parezca, los españoles son incapaces de aplicar esta ley o razonamiento al mercado inmobiliario español. Por algún extraño artificio, intervención divina o tara mental genética, los españoles, a pesar de estar sufriendo 8 años ya de caídas en precios, siguen creyendo con fe incorruptible que toda caída es pasajera y que en el largo plazo la vivienda siempre sube.

Pero imaginemos por un momento algo inconcebible para los españolitos: que la ley de la oferta y la demanda aplica también al ladrillo. Podemos preguntar entonces por la oferta: ¿hay escasez de vivienda en España para justificar una subida continuada y robusta de los precios en el largo plazo? Pues parece que escasez, escasez de vivienda, no hay. Todo lo contrario, gracias a la borrachera ladrillera previa al crash del 2008 fomentada por el chorro de euros proveniente de bancos alemanes (Aznar presumía orgullosa y estúpidamente de que construíamos más que Francia y Alemania juntas), el 60% de todas las viviendas vacías de Europa están en España. Esto es —según la estadística que se consulte—, hay entre 2 y 3.5 millones de viviendas vacías.

¿Y qué hay de la demanda? ¿Están millones de jóvenes e inmigrantes buscando como locos comprar vivienda justo en este país con tan buenas perspectivas de futuro que es España? Pues no: La demanda de vivienda es de unas 85.000 al año (los medios oficiales, esbirros del mismo poder inmobiliario, estimaban la demanda en unas increíbles 450.000 viviendas al año), por lo que, si no se construyera ninguna vivienda nueva más, se tardaría más de 20 años en liquidar el stock que ha quedado después del burbujón…

¿Y la presión demográfica? ¿No necesitarán los futuros jóvenes españoles —los que no emigren buscando mejores oportunidades— vivienda? Pues no, ya que el crecimiento vegetativo es ya negativo en España. Es decir, nacen menos personas de las que mueren. Esto hará que la pirámide poblacional española se transforme aún más dramáticamente dejando sin «presión compradora futura» al mercado inmobiliario (con un declive a la japonesa):

Como vemos, en las próximas décadas las franjas de edad más jóvenes son cada vez menos numerosas. Además, hace ya años que España dejó de ser un reclamo de inmigrantes buscando mejores oportunidades. Al contrario, son precisamente los jóvenes más preparados y con mejores habilidades los que abandonan un país sin oportunidades. Lo malo es que son precisamente esos profesionales altamente especializados que se van los que podrían haber optado a buenos salarios para pagar futuras hipotecas… ¿A quién concederán hipotecas los bancos? ¿A quién no tiene más remedio que quedarse en España porque no encuentra ofertas en el extranjero?

Como vemos, todos los factores estructurales a largo plazo (a corto y medio plazo se pueden experimentar nuevos mercados alcistas; nada sube ni baja siempre en línea recta) convierten al mercado de la vivienda en un mercado muerto, en el que esperar que suban los precios de manera consistente es de ilusos que se niegan a ver la realidad, o de interesados en que compremos vivienda.

Excepciones

Por supuesto, existen circunstancias personales especiales en las que sí que tiene sentido comprar un inmueble o hipotecarse:

Hipotecarse sólo si…

Uno es funcionario del Estado (no vale «tener contrato fijo» en la empresa XYZ, por muy grande y sólida que parezca XYZ). Lo siento, pero es la única circunstancia en la que me parece equilibrado asumir el riesgo de hipotecarse por dos o tres décadas. Esta circunstancia implica dos «limitaciones» en nuestra vida que encajan muy bien con las obligaciones a las que nos somete una hipoteca:

  1. La primera es que vamos a tener siempre el mismo trabajo y, salvo guerra o colapso económico al estilo Argentina/Grecia (no descartable que ocurra en España), podemos considerar razonablemente que vamos a tener una nómina “para toda la vida”.
  2. La segunda es que estamos atados a vivir para siempre en la misma ciudad, con lo que no corremos peligro de tener que irnos a vivir a otra ciudad y tener que pagar además otro alquiler además de la hipoteca.

Independientemente de que estas dos características puedan ser percibidas según cada uno como un paraíso o una prisión en vida, es evidente que hipotecarse puede ser una opción sensata. Por supuesto, el poder hipotecarse no elimina el resto de los riesgos que hemos comentado antes, como los de una fuerte subida del Euribor (aún con «mi paga fija», ¿podría soportar que mi cuota mensual de hipoteca se multiplicara por dos o por tres?) o subidas de impuestos cuando lo necesite un estado hiper-endeudado como el nuestro. Además, debemos recordar que, si el país se va a la mierda, también se despedirán a funcionarios, por muy «eso es ilegal» que nos repitan los funcionarios. Cuando no hay más remedio (ver lo sucedido en Grecia) la ley se cambia y punto.

Comprar (al contado) sólo si…

  1. Contamos con el dinero líquido (por lo que no hace falta hipotecarse) para la compra. Costes, impuestos y reformas incluido.
  2. En el caso de que estemos comprando ladrillo no para que sea nuestra vivienda habitual, sino principalmente como inversión: Deberíamos contar con un patrimonio suficientemente grande como para que el porcentaje destinado a la compra directa de inmuebles no superara la cuarta parte de nuestra riqueza personal total. En ese caso, tendremos que incorporar en nuestra decisión otras variables importantes a la hora de considerar el ladrillo como una inversión, como por ejemplo el momento del ciclo, o que el bien inmueble está bien situado (las zonas prime son menos vulnerables a las fluctuaciones de precios y mercados bajistas). Temas que exceden el objetivo y alcance de este post.
  3. En el caso de que estemos comprando vivienda para vivir en ella: El porcentaje de nuestro patrimonio destinado a la compra de vivienda no debería superar la mitad de nuestra riqueza personal. Pues aún contando con el dinero disponible, de nuevo sería temerario invertir todo nuestro patrimonio en un único tipo de activo, el ladrillo, con todos los riesgos asociados que antes hemos comentado.

En cualquier caso, ¿estamos tan seguros de querer y poder vivir en el mismo sitio durante las próximas décadas, aún con el riesgo de tener que mudarnos a otro sitio por necesidad, cubrir costes y bloquear nuestro patrimonio de manera tan ineficiente?

El ladrillo (la inversión inmobiliaria) tiene su sentido dentro de un marco conceptual de inversión bien diversificado, que minimice y compense riesgos entre los diferentes tipos de activos financieros, al tiempo que se maximiza fiscalmente la eficiencia. Esto es cosa de gestión de patrimonios (Family Offices y Banca Privada) y requeriría no sólo de otro post, sino el asesoramiento de profesionales independientes (independientes quiere decir que no cobren por colocar sus productos, como por ejemplo ocurre si preguntamos en la sucursal de nuestro banco «de toda la vida») para estudiar cada caso personal en particular. El universo de las inversiones financieras es tan extenso como pueda serlo el de la música, y no por que la radio escupa música pop a todas horas implica que no existan otros estilos musicales a nuestro alcance.

Mi conclusión

Ninguna inversión es una inversión pura o abstracta, en el sentido de estar aislada del mundo, como si fuera una ecuación matemática por resolver con solución única e irrefutable (como parecen querer trasmitirnos las «calculadoras» que las webs de los bancos nos ofrecen para decidirnos entre comprar o alquilar). Toda inversión, además de las circunstancias y preferencias particulares de cada uno, se realiza en el mundo real de la acción humana, por lo que inevitablemente será afectada por innumerables, impredecibles y muchas veces incontrolables acontecimientos futuros. Por lo tanto, no puede haber una respuesta definitiva o cierta a la pregunta de si comprar o alquilar.

Resumiendo mi opinión personal, considero que meterse en una hipoteca a varias décadas es una imprudencia financiera porque encierra demasiada incertidumbre y un riesgo demasiado apalancado (extremada sensibilidad a la variación de parámetros y factores esperados) durante demasiado tiempo. A saber:

Nos compromete a un pago fijo durante décadas, una situación en la que sólo queda margen para empeorar si las circunstancias cambian (y en varias décadas, hay tiempo para que todo cambie, tanto en lo personal como en lo circunstancial), nos ata a tener que trabajar y hacer nuestra vida en un único lugar no muy alejado del objeto de nuestra hipoteca (con lo de utópico que en el globalizado mundo actual es esperar que eso se pueda mantener en el tiempo), y nos priva (coste de oportunidad) de la posibilidad de colocar nuestro dinero en otras inversiones más rentables y líquidas en el largo plazo. Hipotecarse es colgarse una cadena al cuello con la que las cosas sólo pueden ir a peor (partiendo de que el mejor momento es el día de la firma) y, en el mejor de los casos, mantenerse en el mismo nivel de estrés durante varias décadas, hasta que la vivienda deje de ser un pasivo en nuestra vida y se convierta en un activo, o tengamos la suerte de poder venderla por un precio que compense todos los costes e impuestos.

Esto no quiere decir que si nos hipotecamos vayamos a cometer con toda seguridad la peor decisión de nuestra vida, sino que tendremos las probabilidades—conocidas y desconocidas— en nuestra contra durante varias décadas. Por supuesto, todos conocemos casos puntuales de gente que se hipotecó en los años ’90 y vendió al terminar de pagar la última letra en el año 2006. O aquellos que tuvieron la sangre fría de comprar con descuento entre 2009-13 y por ahora están haciendo lo que parece un negocio redondo. No porque fueran adivinos, sino por otras circunstancias que hicieron coincidir su operación con un mercado alcista. Pero esos casos no pueden enmascarar otras circunstancias que pueden darse en el futuro ni el sufrimiento que han padecido millones de personas que no tuvieron la suerte de «soltarlo» o «pasarlo» antes de que la música se apagase y les pillase la tapa del piano. No podemos basar nuestra decisión en que a alguien que conocemos «le salió muy bien».

La pregunta que tendríamos que contestarnos con la máxima honestidad es: ¿Por qué quiero comprar vivienda? Y según el caso, ¿por qué me quiero hipotecar para ello?

Si la respuesta es alguno de los memes tramposos de más arriba o alguna de las falsas expectativas sobre el futuro que tendemos a proyectar, mejor buscar la pistola más cercana y pegarse un tiro: se sufrirá menos.

Si la respuesta es que queremos invertir en inmobiliario porque no sabemos qué hacer con nuestros ahorros, entonces nos merecemos los palos que nos puedan dar por cazurros, ignorantes y vagos (por no preguntar e investigar debidamente primero). No saber qué hacer con los ahorros y pensar sólo en inmobiliario es como querer practicar un deporte y pensar sólo en fútbol. Sería muy triste invertir nuestros ahorros en la única apuesta que se conoce por ignorancia de la multitud de opciones disponibles que existen.

PS: Agradezco los comentarios que Nacho y otros amigos aportaron al borrador inicial de este artículo.

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