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Resonancias filosóficas, I

¿Por qué que el empirismo y las matemáticas funcionan tan bien para construir puentes o poner satélites en órbita, pero al invertir llevan con frecuencia a la catástrofe?

La respuesta más habitual a esta aparente paradoja es que se trata de un problema de falta de talento. Persiste el mito de que cuanto más complicado sea un modelo o estrategia de inversión, más «inteligencia» se ha invertido en él y por lo tanto más efectivo tiene que ser a la hora de conseguir rentabilidad.

Esta forma naïf de pensar (habitual entre políticos profesionales y altos directivos) se basa en la falacia de que si un problema es de difícil solución, es suficiente —como si de echar sal a un plato soso se tratara— con asignar más talento y medios para resolverlo. Como comentábamos en el post anterior, la industria de la inversión idolatra el empirismo y las matemáticas (una herramienta neutral en sí misma) hasta convertirlas en coartada y excusa para asumir riesgos irresponsables (por ausencia de skin in the game en la industria) con el dinero de los clientes.

Desgraciadamente el mundo real no funciona así. Hay un tipo de problema en el que cuanta más inteligencia y recursos se destinen, mejores serán los resultados (por ejemplo en Física, Ingeniería, Medicina y en general en las ciencias duras). Pero hay otro tipo de problemas en los que, una vez superado cierto umbral de complejidad y sofisticación propios y adecuados al medio, aportar más talento y recursos no se acompaña de mejores resultados. Desgraciadamente para nuestros ahorros, la economía y los mercados pertenecen al segundo tipo.

«Si tienes un CI de 150, véndele 30 puntos a otro. Necesitas ser inteligente pero no un genio: Invertir no es un juego donde el jugador con un CI de 160 supera al que tiene 130. La racionalidad de lo que estás haciendo es esencial».
—Warren Buffett.

El problema es pues mucho más profundo de lo que aparenta a simple vista. Se trata de una diferencia epistemológica fundamental entre un tipo de problema y otro. Es decir, de intentar dibujar dónde están los límites de lo que podemos y no podemos conocer del medio que nos interesa, y actuar en consecuencia.

En el mundo físico, el método empírico-inductivo (y su articulación vía matemáticas) funciona de maravilla. Si el sol sale por el este todos los días, puedo confiar (y apostar o invertir con seguridad) a que seguirá haciéndolo mañana también. O dicho en términos físicos, confiamos en 1.- El Principio de Inducción de Hume y 2.- La ley de la gravedad (la articulación matemática de lo que observamos) va a continuar existiendo tal y como la conocemos.

El experimento de Mises

Pero, ¿ocurre lo mismo con los mercados? Si detectamos una propiedad persistente en los mercados (una cierta distribución de probabilidades, unas correlaciones, unas repeticiones cíclicas, unas desviaciones del paseo aleatorio como los ahora tan de moda factores de inversión, etc.), ¿podemos confiar en que seguirá repitiéndose en el futuro? Para contestar a esta pregutna, el genial Ludwig von Mises propuso el siguiente experimento mental:

Imaginemos que unos simpáticos e inteligentes extraterrestres (que nunca han conocido nuestro planeta ni sus habitantes), consiguen acceso a una de las cámaras de seguridad de la estación de trenes de Atocha. Observan una gran concentración de gente por las mañanas y por las tardes en periodos de 5 días, separados por periodos de menor afluencia de 2 días. A los pocos meses, deducen un patrón persistente: a los humanos nos da por apretujarnos allí todas las mañanas y tardes de los días laborables. Incluso explicitan una «Ley humana» basada en su observación empírica, con su propia distribución de probabilidades y momentos estadísticos derivados. Eso les permite elaborar descripciones tan complejas y precisas como se desee (y así publicar muchos sesudos papers para seguir consiguiendo financiación en sus Universidades).

Humanos en Atocha siendo observados y modelizados por extraterrestres empíricos.

Pero inesperadamente un jueves cualquiera, cuando su ley predecía que la estación de Atocha iba a volver a llenarse de gente por la mañana, aparece prácticamente desierta… Los extraterrestres, en shock, no entienden nada. ¡Tan bien que creían habernos «modelizado»! ¿Qué ha pasado?

Resulta que ese año el día de Navidad …caía en jueves. Los extraterrestren no sabían nada de nuestras intenciones implícitas, sólo observaban lo que hacíamos, así que no podían saber que teníamos planeado no ir al trabajo ese día.

Enfrentados al fracaso de su modelo, los talibanes de lo empírico (también hay fanáticos entre los extraterrestres) defienden que el modelo falló porque necesitaban una muestra estadística mayor, o porque no habían «recalibrado» suficientemente el modelo con los datos más recientes, o porque no estaban teniendo en cuenta otras medidas que no se habían explicitado (observables) hasta hoy.

Pero el problema, como apuntó Mises, es mucho más profundo: La confusión de los extraterrestres proviene de ignorar que esas «partículas» aparentemente tan regulares durante el periodo de observación no son entidades con idénticas propiedades (como podrían ser los electrones en un semiconductor o las moléculas en un gas), sino personas dotadas de libre albedrío. Que si bien tienen la capacidad de organizarse en base a patrones muy rígidos y repetetivos, está siempre en su potencialidad cambiar de decisión cuando así lo consideren.

Esto es algo que un electrón no puede hacer. Por eso el estudio de la acción humana en los mercados y la inversión nunca puede equipararse a una especie de Termodinámica de los gases, como sueñan muchos quants y economistas keynesianos (los más) aún hoy en día.

Es decir, a diferencia de la interpretación que la Física Estadística hace de la Termodinámica de los gases a partir del comportamiento agregado de partículas individuales con idénticas propiedades, aumentar el número de personas de sus agregados (como hace la Escuela Keynesiana de Economía) no implica necesariamente que sea posible predecir la evolución de dichos agregados. Pues aunque en ciertas condiciones particulares y extremas los agregados humanos pueden modelizarse desde una perspectiva econofísica de manera análoga a como se comporta un gas o fluido (p.e. períodos de pánico comprador o vendedor en los mercados), la incertidumbre de cuándo y durante cuánto tiempo permanecerá el grupo humano bajo una dinámica homogénea pasajera nos devuelve a la inevitable incertidumbre práctica a la hora de invertir.

La inversión es a la vez un arte y una ciencia. No se trata de una carrera espacial o ser el primero en construir un chip de 5 nm. La inversión requiere reflexión y duda metódica, escepticismo sobre las hipótesis subyacentes que muchos (especialmente dentro de la industria) dan por ciertas sin pensarlo dos veces, simplemente porque se ha repetido así hasta hoy. El mayor peligro de un inversor empírico es confundir el mapa (su modelo) con el territorio (la realidad subyacente).

En conclusión, la validación empírica de nuestros modelos o estrategias de inversión es condición necesaria, pero nunca suficiente garantía de su éxito futuro al invertir. La razón es que el comportamiento humano en los mercados no puede caber nunca en un modelo matemático, por sofisticado que sea y por muchos medios que se le dedique a su desarrollo. Además de la evidencia empírica, necesitamos comprender por qué suceden las cosas. O puede pasarnos con nuestro dinero que, invirtiendo en la próxima hora punta, de repente la estación se quede vacía.

Los medios y el esfuerzo que muchas gestoras le dedican a aportar presuntamente valor al cliente aumentando la complejidad de su gestión son un callejón sin salida que, tarde o temprano, suele terminar en algún tipo de catástrofe —siempre «imprevista porque en teoría no debería haber ocurrido», claro— que acaban pagando siempre los mismos. El inversor acude atraído por los cantos de sirena de genios y productos imposibles, pero en última instancia en contradicción con la naturaleza fundamental de los mercados financieros. Y es que en entornos impredecibles como los mercados, en el largo plazo la simplicidad gana a la complejidad. En palabras de Charlie Munger, socio y amigo de Warren Buffett:


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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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