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El mejor fondo del año que viene

Los fondos son como los jugadores de fútbol. Hay miles en activo, y cada época tiene su Ronaldo, Messi o Maradona.

Así que dentro de diez años, en 2027, algún jugador de fútbol que hoy no conocemos recogerá el Balón de Oro.

Sabemos que si fuera español, será uno de los 576.062 niños federados que hay hoy (varios millones si contabilizamos el resto del mundo).

Pero sólo unos 1.000 jugadores juegan en España en Primera y Segunda División como profesionales, así que las probabilidades de que uno de esos niños debute en Segunda o Primera se reducen al 0.4%. Y sólo uno de ellos recibirá el Balón de Oro en 2027. ¿Tiene algún sentido especular hoy cuál de esos millones de niños será quien reciba el premio dentro de diez años?

De la misma manera, en España se comercializan unos 25.000 fondos; ¿es posible seleccionar hoy alguno de los fondos que dentro de 10 años va a conseguir batir su índice?

Fijaos que el problema al que nos enfrentamos no es si algún fondo superará su índice de referencia durante los próximos diez años —de hecho, aunque un 50% lo consiguiera, seguiría siendo como jugárselo a cara o cruz—; alguno lo hará. El problema práctico del inversor es: desde nuestro presente de 2017 (o de cualquier año), ¿tenemos manera de identificar qué fondo o jugador de fútbol, de entre los miles que existen hoy, será el que lo consiga dentro de diez años?

Por supuesto, siempre hay «ojeadores» que dicen poder detectar a futuros cracks del fútbol en edades tempranas, y analistas que afirman lo mismo sobre los fondos de inversión. Por ejemplo, si un fondo de inversión lo ha hecho muy bien el año pasado, será porque su gestión es mejor que la del resto, ¿no?

¿Y si invertimos en el mejor fondo del año pasado?

La lógica es similar a la aplicada con las «jóvenes promesas» del fútbol: si un fondo lo ha hecho muy bien en años recientes (cuenta con lo que en la industria se denomina «un buen trackrecord»), podríamos pensar que «por algo será» (su éxito se debe a un talento permanente del gestor). Entonces, será más probable que repita su buen comportamiento al año siguiente.

De hecho, los datos de suscripciones y reembolsos (entradas y salidas de dinero en los fondos), demuestran que así piensan y actúan —sean profesionales o no— la mayoría de inversores: Se salen de los fondos que peor lo han hecho el año pasado, y compran los fondos que mejor lo han hecho recientemente.

Siguiendo el símil futbolístico, si ordenamos la rentabilidad de los fondos como en la Liga de fútbol, podríamos esperar que los que han quedado arriba en puestos de Champions (primer cuartil, en la jerga de fondos), repitan al año que viene en puestos de Champions con una alta probabilidad. Y así, invirtiendo en «los mejores» de cada año, invertiremos mejor nuestro dinero, ¿cierto?

Nada más lejos de la realidad, como podemos comprobar (datos USA, con resultados similares para otros años y resto de países):

  • Sólo un 4.28% de los fondos de bolsa en primer cuartil en 2013, repitieron cuartil en 2014.
  • A 5 años, ninguno de los fondos que invierten en empresas de gran o mediana capitalización logró mantenerse en el primer cuartil.

Cazando gestores

En la analogía futbolística, de los fondos que el año pasado quedaron en puestos de Champions, sólo un 5% repite al año siguiente. Y a cinco años, ninguno se mantiene.

Como vemos, en todos los casos invertir en los mejores gestores del año/s pasado/s —el gurú de moda que ocupa portadas en la prensa, entrevistas y webs especializadas— nos lleva siempre a perder dinero, comparado con invertir siempre en el índice.

Confundiendo estrategia y resultado

Al juzgar un fondo por su resultado del último año o años recientes, cometemos el error de juzgar a su gestor o a la estrategia por los resultados obtenidos en el corto plazo, no por la bondad del propio gestor o estrategia. Y es que en una actividad como la inversora, donde el la aleatoriedad juega una papel tan importe, se pueden tomar buenas decisiones y obtener malos resultados a corto y medio plazo. Y al revés, se pueden obtener buenos resultados en base a malas decisiones. Sólo dejando el tiempo suficiente se consigue reducir el componente de azar a la hora de gestionar, y permitir que la ventaja competitiva del gestor, si la tiene, emerja por encima del inevitable ruido del corto plazo.

Invertir en los mejores fondos del año pasado tiene el mismo sentido que volver a comprar el mismo número de lotería que salió el año pasado, con la esperanza de que nos vuelta a tocar porque ya salió el año pasado.

El tema es grave, porque la mayoría de inversores profesionales que gestionan fondos perfilados (antes llamados fondos de fondos) y carteras de clientes en banca privada, participan también de la falacia de ir cazando al ganador del año pasado, invirtiendo en el gestor de moda que todos elogian en estos momentos.

La razón es que, aunque sean conscientes de que perseguir a los mejores fondos es una estrategia falaz, sus jefes y los clientes se quejan cada vez que ven un fondo perdedor en un informe trimestral o anual, y preguntan por qué no tienen en cartera el fondo de moda «que tan bien lo hizo el año pasado» y del que todo el mundo habla. De esta manera, los clientes presionan por conseguir lo que quieren (una mala gestión), pues la mayoría de gestores profesionales están incentivados para complacer en el corto plazo a su jefe o a sus clientes (cuando no simplemente endosarle al cliente el fondo que más retrocesiones le deje).

Recordemos pues que lo importante para nuestro dinero no es solucionar o posicionarse a un lado o a otro del debate académico —y poco práctico— de si se puede o no batir al índice, o de si se puede o no identificar a los pocos que lo batirán en el futuro; sino reconocer que no podemos saber hoy quién lo batirá en los próximos años.

Y actuar en consecuencia; empezando por una inversión siempre indexada y suficientemente diversificada, lo más barata y eficiente posible, que nos dé acceso a las clases de activos en los que deseamos invertir.

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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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