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Importa lo que importa

¿Qué determina el éxito al invertir?

¿Podemos separar o aislar la suerte lo suficiente como para poder invertir con unas mínimas garantías de éxito?

De los factores que determinan el éxito de una inversión, ¿cuáles podemos controlar y cuáles escapan a nuestro control?

Para alguien que nunca haya invertido y se acerque por primera vez a este mundo, si se le ocurre consultar la prensa especializada o zambullirse en las redes sociales, parece que todo depende de si somos o no capaces de predecir el desenlace de los temas de moda y por consiguiente saber qué harán los mercados en el futuro.
Sin embargo, lo que está ocurriendo ahora en los mercados y en el mundo, lo que ocurrirá mañana y el mes que viene, poco o nada influyen en el resultado de una inversión bien planificada a largo plazo. Los factores que van a determinar el éxito de nuestra inversión están en otra parte. Y la buena noticia es que podemos controlarlos.

Esto puede resultar paradójico y contradictorio: ¿Cómo es posible que lo que suceda hoy o lo que hagan los mercados mañana no influya en los resultados de mis inversiones?
La realidad es que en el corto plazo, no existe ningún factor de éxito determinante que sea persistente. De hecho, en caso de existir para el corto plazo y que fuera persistente, debería también existir —simplemente por concatenación de breves períodos—, para cualquier plazo. Es decir, habríamos encontrado el Santo Grial de los mercados: una manera de invertir rentable para cualquier periodo de inversión deseado (Spoiler para primerizos: tal cosa no existe).
Afortunadamente, esta sequía de métodos de inversión rentables y persistentes en el corto plazo empieza a desaparecer a medida que vamos extendiendo la ventana de las observaciones hacia el largo plazo de, por ejemplo, más allá de una década. Vemos que, por encima del caos y el ruido del corto plazo, empieza a emerger claramente un conjunto de al menos 6 factores determinantes para el éxito de nuestra inversión:

1. Durante cuánto tiempo estamos (bien) invertidos

El factor más importante, de largo, es durante cuánto tiempo estamos expuestos —de una manera ‘bien diversificada’ similar a una Cartera Botijo— al crecimiento natural de los activos financieros. La gestora de fondos y bróker Fidelity hizo un estudio de sus clientes y descubrió que los que obtenían mejores rentabilidades en periodos de tiempo superiores a los 10 años eran… los fallecidos cuya cuenta no se había cancelado, y los que olvidaron que tenían una cuenta abierta en Fidelity. Es decir, los que quedaban invertidos a largo plazo “sin hacer nada”—en realidad, dejando que el crecimiento exponencial haga su efecto—, superaron a los que intentaban mejorar sus resultados a través de una gestión más activa de su cuenta.

2. No es con cuánto empezamos, sino cuánto podemos ahorrar cada mes

Decía Einstein que el interés compuesto—cuando se le deja actuar— es la fuerza más poderosa del Universo. Pero hay dos formas de potenciar aún más dicho efecto. Uno es a través del apalancamiento, que desaconsejo siempre por introducir riesgos impredecibles y ocultos. Y la segunda vía es a través del ahorro sistemático o periódico.

Veámoslo con un ejemplo. Imaginemos que Paco invierte en su juventud 100.000 Euros y consigue una rentabilidad media anual neta del 6% durante 25 años invertido. Al final conseguirá 429.000 Euros. Su amigo Salva no cuenta con ese patrimonio inicial ahorrado, así que empezando con una cuarta parte, 25.000 Euros, va a ahorrar e invertir todos los meses 500 Euros. Al cabo de esos 25 años al 6%, Salva conseguirá 436.000 Euros. Como vemos, no es tan importante empezar con una gran cantidad, como poder ir aportando periódicamente a la inversión y mantenerla el mayor tiempo posible. El poder del crecimiento exponencial afecta tanto al que aporta inicialmente una gran cantidad, como al que no tiene esa suerte e invierte periódicamente.

Además, la inversión periódica tiene la ventaja de hacer más independiente el momento de empezar a invertir. Aunque en el largo plazo el momento de invertir se va haciendo cada vez más irrelevante (da igual si invertimos en máximos de mercado o no), invirtiendo periódicamente la misma cantidad de dinero compraremos una mayor proporción del mercado cuando éste caiga (cuanto más se hunda el mercado, mejor) y una menor cuando esté haciendo máximos. En el mundo real y a diferencia del ejemplo dado, a lo largo de varios ciclos de mercados alcistas y bajistas, hacemos aún más eficiente la inversión que teniendo todo el dinero acumulado al principio e invirtiéndolo todo de golpe.

3. En qué invertir (diversificación) y en qué proporción hacerlo

Este factor es clave. Baste recordar que de él depende más del 90% de la rentabilidad de nuestra cartera en el largo plazo. En esta charla en Value School analizo este tema en profundidad.

4. Iatrogenia inversora

Aunque Peter Lynch obtuvo una rentabilidad anualizada del 29,2% en su fondo Magellan entre 1977 y 1990, ninguno de los partícipes alcanzó dicha rentabilidad. Peor aún: ¡la mayoría de los inversores que invirtieron en el fondo Magellan perdieron dinero! La razón es que tanto los partícipes ocasionales (que entraban tras un fuerte y atractivo periodo de subida), como los que buscaban “mejorar” su retorno intentando estimar los mejores momentos para entrar y salir del fondo, acabaron por “estropear” su inversión al intentar mejorarla.


Debido al “paquete de serie” con el que todos los humanos venimos al mundo —esto es, nuestro cerebro y su colección de sesgos cognitivos y emociones—, sufrimos una fuerte tendencia natural a “autolesionarnos” financieramente en la toma de decisiones. De hecho, es mucho más difícil invertir (psicológicamente hablando) que hacer dieta. En ambos casos los resultados sólo se ven a largo plazo (por eso son dos de las actividades más difíciles de dominar en el ser humano, cada vez más adicto a los resultados y la gratificación inmediata en cualquier campo), pero al invertir nos van a doler mucho más las inevitables pérdidas que encontremos por el camino que el hambre que podamos pasar hasta la siguiente comida haciendo dieta.
Esta ‘iatrogenia’ inversora (término médico que significa daño producido por un exceso de celo o por aplicar un tratamiento equivocado, de la que ya hablamos antes aquí) no sólo ocurre entre los inversores en fondos, también cuando se comparan los resultados medios de los traders particulares que invierten directamente en los mercados. Alrededor del 80% de los particulares se arruina al cabo de dos años haciendo trading, mientras sólo un 2% de ellos consigue suficiente rentabilidad para vivir de ello. A 20 años, la rentabilidad media de aquellos que no se arruinan se sitúa, comparándola con la rentabilidad acumulada de diferentes activos, a la cola de lo que hubiera sido simplemente “comprar y mantener” cualquier activo con un crecimiento intrínseco positivo a largo plazo:

La realidad es que cuanto mayor sea el periodo de tiempo en el que vamos a invertir, más fácil será que las emociones nos jueguen una mala pasada en algún punto del camino. Establecer unos objetivos de inversión factibles a través de un plan sensato y realista es quizá la parte más fácil. Permanecer fiel a él es una de las tareas más difíciles de llevar a cabo. Una parte del ecosistema financiero lo sabe, y ha convertido estas debilidades que todos sufrimos en una fuente de ingresos más. Ningún inversor puede escapar totalmente a sus emociones y sesgos, para regocijo de brókers, casas de análisis y generadores de noticias inútiles.
Evitar esta autodestrucción está en nuestra mano y depende en gran parte de distinguir si estamos realmente buscando rentabilizar nuestras inversiones, o acudimos a los mercados buscando un chute de serotonina, dopamina, adrenalina o autoestima (son muchos los que invierten buscando, en vez de rentabilizar sus ahorros, “tener razón”). Además, nunca debemos olvidar que los mercados son indiferentes a nuestros deseos, necesidades, creencias o problemas psicológicos. Como decía el Premio Nobel Paul Samuelson, “invertir debería ser como ver la pintura secarse o crecer el césped. Si necesita emoción con su dinero váyase a un casino”.
Aparte de recurrir a la abundante literatura disponible sobre la “psicología del inversor”, para reducir la iatrogenia lo más práctico es invertir de manera sistemática (en base a una estrategia que tenemos totalmente definida previamente). Así no dejamos hueco a que nuestros sesgos nos afecten cuando más sensibles somos a ellos: en los momentos de pánico y estrés en los que hay que tomar decisiones.

5. Impacto de las comisiones

En el corto plazo del día a día no se le da mucha importancia a las comisiones porque tendemos a visualizar rentabilidades futuras siempre mayores que las harán irrelevantes.
Como cualquier empresario ha aprendido, los beneficios son inciertos pero los gastos son una realidad. Al invertir ocurre lo mismo. Por ejemplo y para un mismo retorno total dado, una diferencia total anualizada del 3% en comisiones (un total habitual y muchas veces superado en banca privada) reduce a la mitad el capital que podríamos acumular en 25 años. Por lo tanto, esforzarse en reducir los costes hasta un punto razonable será más factible que en intentar conseguir una rentabilidad mayor —algoque implica añadir riesgos crecientes.

6. Fiscalidad

La fiscalidad de las inversiones puede suponer, mal planificada, un lastre incluso mayor que las comisiones. Y ya que, parafraseando a Benjamin Franklin, la muerte y los impuestos son dos cosas de las que no podemos escapar, optimizar el impacto fiscal de nuestras inversiones es algo que no podemos obviar y que tenemos que planificar según nuestras circunstancias personales.

Conclusión

¿Qué tienen en común estos seis factores? Que podemos controlarlos. La buena noticia es que estos factores que determinan el éxito al invertir —cuánto y durante cuánto tiempo ahorramos, cómo diversificamos, invertir periódicamente, evitar la iatrogenia y reducir los costes de brokerage y fiscalidad— , a medida que se alarga el plazo de inversión, abandonan poco a poco el mundo de lo incontrolable y pasan a formar parte de nuestro círculo de competencia y control.
¿Qué es lo que no podemos controlar? Precisamente aquello que no tienen ningún efecto en nuestras rentabilidades a largo plazo y sin embargo llena de ruido el día a día del ecosistema inversor: las rentabilidades a corto plazo, la avalancha de noticias inútiles, los comentarios intrascendentes de lo que ha hecho tal o cual activo, y los análisis cortoplacistas de “situación de mercado”.

Al final, es el propio inversor el que decide si revelarse y centrar su esfuerzo en aquellos factores que van a aportarle valor; o prefiere seguir la corriente, ciego a lo que realmente importa, retenido en el presente y enganchado a la droga del «tiempo real».


2 comentarios

  1. Marcos , leyendo este articulo se recibe un soplo de aire fresco y sentido comun ya que no se puede decir mas en un texto tan breve, ya lo dijo Bernstein hace muchos años , ” solo hay dos tipos de inversores , los que no saben adonde se dirige el mercado y los que no saben que no lo saben ” y despues estan los de la industria de la inversion cuyo trabajo es convercer/engañar a los inversores haciendoles ver que pueden adivinar los movimientos futuros del mercado cuando lo unico cierto que saben es que su sustento depende de aparentar que lo saben.

    Gracias y saludos

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«Las dos armas más poderosas de todo inversor son: (i) Aceptar nuestra propia ignorancia, y (ii) ser conscientes de lo poco que podemos saber sobre el futuro.»

—Benjamin Graham

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